La leyenda de Frankestein.
Corría el año '80 González, Pogonza y Covelli volvían de una temporada de arduo trabajo en el Paraguay donde contratados por un productor habían estado más de un año tocando en hoteles con el grupo “Esmeralda”. “Estábamos todo el día tocando, paramos en una casa alucinante y desde que nos levantábamos hasta la noche era estudiar y tocar”, recuerda Pogonza. Al regreso fueron convocados por el Negro Dominguez, para formar una banda. “La cosa venía en serio, si bien había algo de humor en lo que hacíamos , todo muy profesional se ensayaba y como, Tancredo era un adelantado a su tiempo, las puestas en escena de la banda incluían la proyección de dibujos animados de los años '50 en blanco y negro, palanganas con hielo seco haciendo las veces de máquinas de humo y todo el glamour de un frontman como pocas veces se vio en esta ciudad, una mezcla de Jagger, con Tribilín y la cabeza musical de Frank Zappa, demasiado para una ciudad que vivía en estado de paranoia y melancolía”, agregó el músico. Frankestein pasó fugaz, pero los que alguna vez tuvieron el privilegio de verlos no los han olvidado. El impacto visual, sumado a la carga de sensualidad que irradiaba Tancredo fueron únicos en estos pagos. La música desde un foxtrot que relataba la historia de un ladrón de bancos, pasaba de un furioso rocanrol a largas composiciones acorde al rock sinfónico como “Funicular” o “La Diosa del amor”. Y no faltaban canciones de tres minutos al mejor estilo Billi Cafaro que rozaban lo bizarro, como “Eres mi chica”. Letras por momentos oníricas, a veces irónicas y en ocasiones delirantes eran el complemento perfecto para una banda que aún hoy sería de vanguardia.
Frankestein |
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