jueves, 28 de febrero de 2013

Coki por Martín Perez


"Vos me diste amor, te di las ruinas". El verso de Mis Ruinas, tema emblemático de Un millón de dólares (2001), segundo disco de Coki & The Killer Burritos, es el que mejor funciona a la hora de intentar definir a su autor. Porque cuando hay que presentar a César Debernardi también aparecen frases como músico de culto o secreto mejor guardado. Desde lejos, esas etiquetas –tal vez las más respetables que tiene para ofrecer el universo rocker-- le calzan como anillo al dedo, pero al acercarse se revelan inexactas. Por ejemplo, un artista popular no necesita calificarse como de culto, y Debernardi supo serlo, al menos con su grupo Punto G y Cae lenta, un tema que es más clásico que otra cosa. Y después, qué duda cabe, Coki no es ningún secreto, al menos en Rosario. Por eso lo del amor y las ruinas. Porque con tres discos en veinte años de carrera solista –un cuarto a punto de salir al momento de escribir estas líneas--, y otros tres antes al frente de Punto G, el Burrito mayor ha demostrado su amor por un rock que cada vez más –en estos tiempos y estas coordenadas—sólo tiene ruinas para ofrecerle. Para su pequeña hija Antonia, papá César no puede ser otra cosa que un Rolling Stone, ya que cada vez que se aleja de su vida para ejercer el oficio de músico ella cree que está de gira con su grupo preferido. Y tiene razón, al menos a la hora de resolver el bendito problema de la etiqueta para presentarlo. Porque Coki Debernardi, ni culto ni secreto, es un romántico entre las ruinas. Una verdadera piedra rodante del rock de Rosario.
"El fracaso no se nos subió a la cabeza", anunciaba Coki al frente de Punto G, cuando el grupo estaba presentando su tercer y último disco, El último salva a todos (1993). Con esa frase quería resumir el hecho de que, pese a que habían hecho todo lo que estaba a su alcance, nunca habían llamado la atención de la todopoderosa Buenos Aires. Pero no se iban a quejar por eso. Un principio que Coki abrazó realmente desde el comienzo. "Cuando empezamos, el compositor y el cantante eran otros. Un día ese chico se murió y, para no morirme yo, tuve que seguir. Yo no era el talentoso, era apenas el más caradura. A eso le sumé algo de disciplina, y así fue como seguimos con Punto G." Oriundos de Cañada de Gómez, el grupo asomó la cabeza en Rosario cuando ganó un concurso cuyo premio era la grabación de un disco producido por Fito Páez. Por la radio sonaban Metrópoli, Alphonso S'Entrega o La Sobrecarga, y el grupo pop de éxito local se llamaba Identi-Kit. El disco debut de Punto G se llamó Todo lo que acaba se vuelve insoportable (1988), y su hit --Cae lenta—desde entonces forma parte del repertorio de la hinchada de Rosario Central. Con el cambio de década llegaría Punto G (1991), su obra definitiva como grupo, que musicalmente homenajeaba al disco New York, de Lou Reed, algo común tal vez para la época. Pero desde la portada lo hacía con Ideología, de Cazuza, y ese cruce sí que era algo único. "Soy un sobreviviente de los ochenta, pero me salva la cara de nene", decía Coki cuando reapareció después de la separación de Punto G. "Vi pasar la década frente a mí. Yo fui, por ejemplo, en el mismo micro que Sumo a su despedida en el Chateau. Fue una década interesante por donde se la mire, pero no sé si resiste tanto musicalmente. Sigo prefiriendo Vida, de Sui Generis, antes que cualquier disco de los ochenta. En serio".
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"No tengo carrera, tengo discos", resumió cuando estaba presentando Perdida, su tercer trabajo solista, o con los Killer Burritos, lo que a la larga termina siendo casi lo mismo. Porque, dado el espacio entre ellos, cada formación ha sido diferente para cada uno de los discos. Y también cuando no llegó a haberlos. De hecho, pareciera que tarde o temprano, todo músico rosarino termina siendo un Burrito. Y así como en cada disco de Coki hay un tema de Fito Páez –que desde su rol de productor del debut de Punto G no se ha alejado demasiado de la galaxia Coki--, también los Burritos supieron ser la banda del rosarino de su generación más famoso fuera de Rosario. El debut con los Burritos, Mi parrillada (1998), llegó –justamente-- gracias a ser popular y no de culto. Porque tomó forma luego de que, después de años alejado de los escenarios, Coki armó una banda para tocar en el Festival por las Madres. El envión del público coreando Cae lenta lo terminó llevando al estudio, para un disco que abre homenajeando a Kiko Veneno, con Andrés Calamaro como invitado, y una banda que incluye a Vandera, Aloras, Gallardo y Llonch, entre otros. Un millón de dólares (2000) podría ser el fruto final de aquel envión, en que el homenaje es para Lou Reed, con Liliana Herrero haciendo coros en su traducción de Sucio boulevard. Y el camino hacia un presente con formación burrita más o menos estable sería imposible sin Perdida (2005), un disco poderoso que –a diferencia de los anteriores, en el que cada canción parece tener vida propia—parece haber sido hecho para ser tocado en vivo, sobreviviente de una curiosa formación de trío, sin bajista, que jamás llegó al estudio. Pero el repertorio sí. Como dice la letra de La tormenta: "Lo que te pasó no es lo peor/ ¿Te pusiste a ver lo que hay alrededor?". 
"Éxito es vivir hasta los cien años, y sin respirador artificial", decía Coki cuando acaba de editar Mi parrillada, y lo del fracaso que seguía sin subírsele a la cabeza aún era un tema en las notas. Más allá de los discos, más allá de los invitados u homenajes, más allá también del culto o la popularidad, lo que importa en Coki –lo que hace que uno esté haciendo una nota sobre Coki, digamos—son las canciones. Cae lenta, para empezar. Sólo es posible entender su importancia generacional luego de escuchar a un grupo de rosarinos juguetear con la paradoja gramatical escondida en su letra: La lluvia... ¿cae lenta, o cae lento? Pero el repertorio Coki va mucho más allá del hit, y la lista –y los versos memorables—se apilan a pesar de ese sol de frente que los persigue por toda la ciudad, como canta en Un millón de dólares. "Tal vez sea un resabio de la época en que pintaba, pero yo creo que los cuadros, como los discos, no se terminan: se abandonan", sigue diciendo Coki, más o menos por la misma época. Las canciones, en cambio, a juzgar por un repertorio pleno de gemas sin época, nunca se abandonan hasta que están terminadas. Aunque después sigan con vida. Tal vez el secreto sea la cultura, y no el rock. Tal vez la clave está en que cuando uno piensa en Coki también piensa en el ayudante del cineasta rosarino Gustavo Postiglione, el conductor radial de La noche de Barbara y Dick, incluso ese fugaz fletero –gracias a la salvadora propuesta de un fan-- que llegó a ser cuando se quedó sorpresivamente sin trabajo en la banda de Páez. "El primer show que vi en mi vida fue uno de Oscar Alemán. Me llevó mi viejo, fue en Villa Carlos Paz y ahí aprendí lo que era ser un entretenedor y un showman", asegura Coki, que sigue aprendiendo cómo ser ambas cosas y ninguna. Como buena piedra que rueda. 




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